EL SALMÓN DEL BIDASOA

 

 

El Bidasoa, es un río singular. Tiene un recorrido de 69 kilómetros. En su cabecera se llama Baztán, como el valle en  el que nace, y conserva todavía ese nombre en el de Bertizarana hasta encontrarse con el río Ezcurra en la garganta de Arrizurraga, donde por fin toma el nombre de Bidasoa. Desde Endarlaza, al salir de Navarra, se convierte en línea fronteriza con Francia, y forma cerca de la desembocadura la Isla de los Faisanes (único condominio existente en Europa, que pertenece por igual a España y a Francia). El río ha inspirado a los artistas dando lugar a una escuela de paisajistas del Bidasoa, continuadores del impresionismo. Pero también hay un Bidasoa de los escritores. Pío Baroja, en “La Leyenda de Juan de Alzate”, convierte al río en un personaje más de su obra.
Este río dio nombre también a un ferrocarril de vía estrecha que nació como tren minero y prolongó su vida medio siglo transportando pasajeros y mercancías. Efectuó su último servicio el 31 de diciembre de 1956. El viejo trazado, después de una rehabilitación, se ha convertido en uno de los más atrayentes recorridos turísticos de Navarra, donde queda ilustrada la economía tradicional de la zona: prados, cultivos de maíz y hortalizas, castaños y manzanos.
El Bidasoa es un río aprovechado eléctricamente mediante saltos de agua y con presas escalonadas para que asciendan las truchas y los salmones. Se dice que los obreros que construyeron el ferrocarril del Bidasoa hicieron huelga por estar hartos de que incluyeran en su dieta el salmón. , un plato exquisito, pero que de tanto repetirse les resultaba aborrecible.
Por este río asciende una pequeña población de salmones cada año, especie especialmente protegida. El salmón (izoki) es un pez de extraordinaria fuerza y gran tamaño que alcanza normalmente 90 centímetros de largo. Se dice que es “anádromo”, ya que pasa la mayor parte de su vida en el mar, pero cuando alcanza la madurez sexual, hace una larga emigración para reproducirse en el mismo río donde nació.
Los salmones bidasotarras llegan de las costas occidentales de Groenlandia y del Atlántico Norte con una gran reserva de grasa. Los grandes salmones, que han pasado hasta tres años de vida marítima y tienen entre diez y quince kilos de peso, son los primeros en acercarse, en febrero. Los pescadores les llaman “salmones de invierno” (haunditakoak). Les siguen los “abrileños” (apiril-arraiak) que han pasado como mínimo dos inviernos en el mar y pesan de cuatro a siete kilos. Llegan, por fin, a partir de junio los pequeños “salmones-trucha”, los más abundantes. Después de un período de adaptación al agua semidulce del estuario, con las primeras crecidas de otoño remontan el río dando enérgicos saltos en las presas. Superan cascadas, rápidos y obstáculos con pasmosa habilidad, llegando a brincar más de tres metros por el aire, siempre que puedan propulsarse desde una profundidad adecuada. Al terminar el proceso reproductor, los salmones, exhaustos por el esfuerzo, se dejan arrastrar río abajo, pero sólo un cinco por ciento alcanzará las aguas salobres, siendo mayoría los que mueren varados en las orillas o atacados por enfermedades que no pueden combatir por la falta de defensas. Los pescadores del Bidasoa llaman “zancajos” (izokizarrak) a estos salmones fláccidos y extenuados.
La pesca del salmón en este río ha tenido gran importancia a lo largo del tiempo. Sabemos, por la documentación existente, que hubo disputas entre vecinos de Vera y Lesaca en las que se habla de 1.500 salmones capturados anualmente durante el siglo XVII. A comienzos de este siglo las capturas anuales eran de varios cientos de ejemplares. Se recuerda una pieza excepcional, pescada en 1906, que dio un peso de 19 kilos. La industrialización y el aprovechamiento hidráulico han sido determinantes en la caída de capturas. La esperanza renace con el plan de saneamiento de ríos. Para la repoblación se ha optado, desde  el año 1988, por capturar reproductores, conseguir la reproducción en cautividad y, tras mantener a los alevines un año en piscinas, liberarlos en el río.
En el río Bidasoa, entre Santasteban y Sumbilla, se le solía ver pescando salmones y truchas a Eduardo VII de Inglaterra (Duque de Lancaster). Fueron los ingleses los que introdujeron la pesca de la trucha con mosca artificial.

 

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