LA IGLESIA

A modo de introducción diremos que a lo largo del siglo XVII se sucedieron doce papas.

Diversas circunstancias propiciaron que los reyes se aprovecharan de muchos de ellos, ofreciéndoles en ocasiones grandes sumas de dinero a la hora de elegir un nuevo pontífice, e incluso poniendo su veto, si no les gustaba el candidato.

La Iglesia aseguraba unos mínimos y permitía gozar de privilegios. Mientras la población española bajó, el número de clérigos aumentó considerablemente. De los aproximadamente 100.000 que había en el siglo XVI, se pasó a los 150.000 en el siglo XVII.

La influencia que la religión ejercía en el espíritu de nuestras gentes en el siglo XVII era grande. 

Ser eclesiástico era una profesión apetecible, que aseguraba  a los procedentes de familias nobles una posición económica y social. Para el pueblo llano pertenecer al clero era también una forma de ascender socialmente y de vivir con cierta comodidad. Algunos de ellos incluso, una vez tomados los hábitos, no parecían muy dispuestos a renunciar a los placeres carnales y sus debilidades quedaron al descubierto, como lo atestigua el siguiente dato: En el año 1653 había registrados en la provincia 38 hijos de clérigo.

La riqueza del clero procedía fundamentalmente de los diezmos, del producto de sus propiedades rurales y urbanas, de las inversiones en censos (préstamos hipotecarios), de los estipendios cobrados por misas o por la administración de los sacramentos. También de las limosnas y de las donaciones particulares.

Los diezmos representaban la partida más voluminosa de los ingresos del clero. Consistían en la décima parte de toda la producción agropecuaria sin deducción alguna, si bien, los recaudadores tropezaban de vez en cuando con algunas dificultades en el momento del cobro a nuestros baserritarras.

Desde mucho antes,  las iglesias de Irun y Fuenterrabía ya se habían separado. Fue el papa Paulo III quien permitió la división mediante una bula expedida en Roma el 26 de junio 1545. Entre los motivos aducidos se citan la dificultad de administrar los sacramento debido a la distancia, y también porque, siendo Fuenterrabía una plaza de armas, quedaba cerrada durante la noche. Los diezmos entre ambas iglesias quedaron divididos  en 23 partes, 14 para Fuenterrabía y 9 para Irun, construyéndose un hórreo al efecto.

En términos generales, a finales del siglo XVII la Iglesia poseía una sexta parte de las tierras cultivables, las de mejor calidad casi siempre, y en la mayoría de las ciudades españolas entre el 30 y el 50 por ciento de los inmuebles.

En lo que a nuestra comarca se refiere, y teniendo siempre a la iglesia como protagonista, detallaremos algunos hechos o costumbres curiosas de la época en Irun y su comarca

Un visitador del obispado de Pamplona dispuso que en las tabernas no se vendiese vino mientras se celebraban los oficios divinos, ni que en ese mismo tiempo y horas anduviesen tamboriles, ni danzas, ni otros entretenimientos jocosos por las calles.

La Diputación, con la autorización real de Felipe IV, cortó los abusos que tenían lugar con motivo de las primeras misas de los sacerdotes, por los excesivos gastos en comidas y banquetes. En adelante, a los ágapes solo podrían asistir familiares y parientes hasta tercer grado. La multa por no respetar la norma era de 20 ducados.

Hasta mediados del siglo XVI la cuenca del Bidasoa dependía del obispado de Bayona. Luego, los de la margen española pasaron a pertenecer a la diócesis de Pamplona hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando los guipuzcoanos pasaron a depender de Vitoria.

Aunque oficialmente los pueblos del Bidasoa habían dejado  de pertenecer al obispado de Bayona en 1566 y a pesar de haber sido incorporados a Pamplona, siguieron pagando los diezmos de sus cosechas a Bayona hasta después de la Revolución Francesa de 1789.

Cuando se temía alguna invasión, la imagen de la virgen, así como los principales ornamentos se llevaban al interior de la provincia.

Tras la llegada de los franceses en 1638, la imagen de la virgen de Ntra. Sra. Del Juncal  se llevó a Tolosa, volviendo al año siguiente.