PELUQUEROS |
A riesgo de no recordar algunas, echamos de menos aquellas peluquerías de caballeros de hace algunos años, conocidas por los nombres de quienes las regentaban: la de Patxi, en la plaza de Urdanibia, la del campeón mundial Arina, Ernesto Isarch, en la Avda. de Gipuzkoa, Satur Ibargoien, en Anaka, la de Plácido, en la esquina de la calle Fueros con la calle Mayor, o la de César Zúniga, en la calle Juncal; entre otras muchas...
César Zúñiga, hijo, antes de su jubilación y cierre del establecimiento familiar, posando en el interior de su antigua peluquería de la calle Juncal, heredada de su padre. (Foto: Fernando de la Hera).
El que durante muchos años fuera secretario del Ayuntamiento de Irun, Emilio Navas, cuenta en uno de sus libros, una divertida anécdota que tuvo lugar en la peluquería que Eusebio Dorao tenía en el paseo de Colón antes del inicio de la guerra civil.
Cierto día se presentó un señor acompañado de un niño. Antes de tomar asiento tomó un frasco de perfume bastante caro que Eusebio tenía a la venta, y se sentó para que le afeitaran. Terminado el servicio dijo que iba al estanco y que volvía enseguida, mientras cortaba el pelo al chico. Pasado un tiempo sin que el señor regresara, el peluquero preguntó al muchacho por su padre, a lo que contestó diciendo: “No es mi padre. Estaba jugando en la calle, me ha llamado y me ha preguntado si quería que me cortasen el pelo. Le he contestado que sí y me ha traído”.
Pueden imaginarse el final. El peluquero se quedó sin cobrar sus servicios y sin el frasco de perfume caro, que era lo que más le interesaba al timador.
Una de las peculiaridades de aquellos peluqueros era dar conversación al cliente mientras pelaba.
Recordamos aquel comentario gracioso, el del peluquero que pregunta a su cliente; «¿Cómo desea que le corte el pelo?» y el cliente responde: «En silencio, gracias».
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