SERORAS |
La figura de la serora fue importante dentro de la Iglesia hasta el siglo XIX y uno de los de mayor tradición y antigüedad.
Serora. Ilustración francesa de 1894.
Soltera, salvo raras excepciones; no inferior a cuarenta años y de conducta irreprochable, era como una monja solitaria, dedicada al culto. Vivía en un pequeño habitáculo, anejo a la iglesia o ermita.
Elegida por el alcalde, jurados y vecinos de la localidad, recibía de los patronos de la iglesia el nombramiento y título que como tal la acreditaban.
Al ingresar debía de aportar una dote en metálico y ello le daba derecho a percibir una porción o participación en las ofrendas de los entierros, bautizos, matrimonios y otros ingresos, como los clérigos de los cabildos parroquiales.
Su labor consistía sobre todo en mantener perfectamente la Iglesia, su limpieza, cuidar la luminaria del Santísimo, los ornamentos sagrados, el ajuar litúrgico y las sepulturas del interior de la iglesia .
Su salario dependía de la importancia de la iglesia o población donde ejercía su oficio, ya que las seroras de ermitas vivían prácticamente de limosnas que les daban los feligreses, de una parte del diezmo que los fieles pagaban a la Iglesia o ermita, y en algunas ocasiones en grano.
Su trabajo consistía en cuidar tanto de la limpieza de las iglesias, ermitas, albergues y hospitales, como de los compromisos que éstas pudieran tener. Normalmente era el concejo o ayuntamiento quien decidía quién ocupaba el cargo, en función de quién ofreciera la mejor dote. A cambio, la serora recibiría durante el resto de su vida Además de limpiar la iglesia, debían cuidar la iluminación y custodiar las joyas y efectos para los oficios; en algunos lugares, también se ocupaban de las campanas y eran muy importantes en los ritos funerarios. Era habitual que, en relación a éstos, llevaran además algún negocio paralelo, como la venta de velas, telas y pañuelos. Las seroras de las ermitas no tenían estos recursos, pero, a cambio, obtenían la posibilidad de una vivienda y la explotación de los terrenos adyacentes, además de recibir limosnas que, en caso de romerías, podían llegar a ser importantes
Cabe recordar que hasta la década de los 70 las mujeres no tenían bancos en las iglesias, pues éstos estaban reservados a los hombres. Las mujeres debían sentarse en la parte de atrás, en sillas que adquirían o alquilaban. El trabajo de desplegar y recoger las sillas y cobrar un alquiler por ellas estaba normalmente reservado a las mujeres. Uno de los pocos documentos de la historia de Irun antes del siglo XX en el que las mujeres aparecen organizadas y reivindicativas tiene este contexto: ante la decisión municipal de elevar el alquiler de las sillas, un centenar de irunesas se dirigieron al Ayuntamiento para que retirase la medida. No es de extrañar que lo consiguieran si pensamos que entre ellas se encontraban las esposas de casi todos los concejales del momento.
Fuentes: Blog de Josefa María Setién. Mertxe Tranche (Huella de las mujeres en Irun).
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