EL PARADOR

Conscientes de que estuvo ubicado en los límites de Hondarribia, y a pesar de que nuestras páginas solo recogen historias relacionadas con Irun, no hemos podido resistirnos a reproducir parte del excelente trabajo de investigación llevado a cabo por Aitor Puche sobre el Parador de Jaizkibel.

 

 

Se  encontraba en lo alto de Jaizkibel, un monte del que Irun, aunque solo sea en una parte de sus laderas, forma parte.

 

La historia comienza en la década de los cincuenta del siglo pasado. La Diputación de Gipuzkoa empieza a preocuparse por el desarrollo turístico de la provincia, con pequeñas iniciativas e inversiones, y toma conciencia de los atractivos históricos de la provincia. Para ello, se organizan visitas culturales por diversos itinerarios, entre los que figuraba un recorrido por el Bidasoa-Baztan.

 

Dentro de aquel contexto, en 1954 se señala a Hondarribia como “destino turístico”. No es casualidad pues que los orígenes del ya desaparecido Parador de Turismo de Jaizkibel se remonten a aquel tiempo, coincidiendo también con la inauguración el actual Aeropuerto de San Sebastián, del que dicho sea de paso, Irun fue promotor.

 

 

El plan de Paradores Provinciales de la Diputación se centraba entonces en la construcción de dos: uno en el interior, en Errezil, y otro en el litoral, en Hondarribia, atendiendo sobre todo a criterios de belleza paisajística del entorno.

 

Para este último se tuvo que pedir permiso al general de la Junta de Defensa de los Pirineos Occidentales, dado el emplazamiento estratégico de aquel punto próximo a la frontera con Francia.

Lástima que la escasa sensibilidad de entonces por parte de la administración provincial por el cuidado de nuestro patrimonio, provocó la destrucción de un dolmen y dos crómlechs durante las obras de su levante.

 

El Parador, ideado por el arquitecto José María Muñoz Baroja, se inauguró en agosto de 1955. El edificio se construyó en piedra llamada “berroqueña” (roca granítica de gran calidad y resistencia a las inclemencias meteorológicas, propia de la sierra de Guadarrama) con apariencia de fortaleza, como queriendo imitar las construcciones defensivas de la zona. Contaba con una superficie de 778 metros cuadrados, distribuidos en 3 plantas y una veintena de dormitorios en el proyecto inicial. El Parador se abastecería del agua de uno de los varios manantiales naturales que afloran en el monte Jaizkibel.

 

El Parador tuvo siempre la pega de estar bastante alejado de los focos poblacionales más importantes del entorno, a una considerable altura y con unas comunicaciones que no eran las mejores. Para colmo, solo parecía dar beneficios en la temporada veraniega. Sus balances por lo tanto se orientaban más a las pérdidas que a las ganancias. Y como no salían los números, al final la Diputación optó por cerrarlo.

 

En 1995 dicho organismo foral propone convertirlo en un centro especializado en turismo verde; pero la idea no prosperó. Hasta poco antes de su demolición total, solo se mantenía activo el bar de la planta baja, abierto exclusivamente los fines de semana y festivos hasta diciembre de 1998.

Un año después se derribó.

El trabajo de Aitor Puche recoge un listado con los empleados que tuvo el Parador, encontrándose entre ellos su padre, Juan Puche, que trabajó de cocinero; al tiempo que recuerda algunos de sus guisos típicos de la época: el zortziko, las ostras entreveradas de salchichas, mero a la parrilla y chuleta de novilla del Baztán.

 

 

 

Como testimonio mudo de todas estas historias permanece el solar donde se levantó el Parador y unos solitarios arcos de piedra del antiguo edificio.