LOS ALIMENTOS

Las crisis de abastecimiento de alimentos en el siglo XVII eran habituales. Muchas de ellas, como la que tuvo lugar en la década de 1676 a 1686, estuvieron agudizadas por temor a posibles invasiones francesas que acumulaban tropas al otro lado de la frontera.

No se conocían muchos métodos para la conservación de alimentos. Existían algunas galletas de pan que se mantenían comestibles durante algún tiempo. La carne de ballena se guardaba en barriles. Para el resto de alimentos perecederos la sal era el conservante más utilizado. Se empleaba para salar el bacalao y el tocino de cerdo.

Por su importancia en aquel tiempo, dedicaremos algunas líneas a la sal. Se traía de Francia, pero resultaba bastante cara, por eso un emprendedor irunés,  Juan de Arbelaiz, intentó hacer unas salinas en el estuario del Bidasoa en el año 1650. El resultado fue desastroso.

Algunos años más, entre 1685 y 1688, volvieron los experimentos, pero esta vez con la ayuda de un experto maestro salinero francés venido desde La Rochelle. A pesar de todos sus esfuerzos, el proyecto tampoco prosperó. La necesidad de sal era grande, sobre todo para los barcos pesqueros que partían a Terranova.

La conservación mediante frío era también conocida, pero las neveras no las tenían precisamente junto  a la puerta de sus casas.  Las neveras de la Peña de Aya tuvieron en aquel tiempo una inusitada actividad. Durante las copiosas nevadas se llenaban unos grandes depósitos excavados en el suelo en zonas sombrías que, una vez llenos, conservaban la nieve helada en pleno verano. Algunos de estos depósitos son visibles hoy día.

Al igual que en el resto del país, la carne de cerdo y sus derivados constituían una parte sólida de la alimentación.

El maíz cubrió una gran necesidad. Las tortas fabricadas con su harina eran el alimento básico de muchos de aquellos pobladores, desbancando al trigo que era más costoso y escaso.

La miel era el único edulcorante utilizado en los hogares.

Otros productos básicos de la época eran las habas, mientras que las castañas eran la base de las cenas de invierno. Las castañas eran abundantes en nuestra comarca y de uso muy extendido en la alimentación. Era un bien tan preciado que su hurto podía llevar a la cárcel. Así se cuenta en uno libros de actas del Ayuntamiento de Irun, cómo en 1677, Inesa de Zamora terminó entre rejas por haberse apoderado de un cesto de castañas propiedad de María Pérez de Alsa.

Las bellotas de roble y encina se utilizaban para alimentar al abundante ganado porcino, al igual que las patatas. Los nabos servían para dar de comer al ganado vacuno.

Entretanto los nobles vivían a cuerpo de rey. Uno de los más claros ejemplos lo tenemos con María Luisa de Orleans, mientras estuvo de paso en Irun en 1679 para casarse por poder con Carlos II. Hay documentos que acreditan que la señorita tomaba, solo para merendar, caldo de gallina y de carnero y ternilla de ternera, todo ello helado. Luego una buena cantidad de ostras y, para terminar, un tazón de leche con limón. En ocasiones cambiaba el menú y merendaba empanadas y capón asado.

Las ostras.  Un gran número de personas, a lo largo de los diversos acontecimientos que tuvieron lugar en Irun en el año 1700, tomaron ostras en sus refrigerios En el estuario del Bidasoa se criaban en abundancia. Sin embargo no se citan crustáceos ni moluscos, quizá porque no eran considerados como parte estrictamente integrante de los productos solicitados por los nobles. A este respecto cabe señalar que, hasta mediados del pasado siglo, en los puertos vascos eran mirados con lástima quienes comían lapas y mejillones, entendiéndose que lo hacían porque carecían de otro sustento.

 

 

Nuestros antepasados iruneses (s.XVII) conocían las patatas pero, junto con las bellotas de roble y encina, las utilizaban únicamente para alimentar al abundante ganado porcino. Pasaron a consumo humano cuando vieron que, durante las invasiones francesas, los soldados napoleónicos las comían casi a diario, mayormente cocidas.

Esta cita nos da pie para un breve repaso de cómo se alimentaban y conservaban los alimentos en aquella época.

 

 

 

No se conocían muchos métodos para la conservación de alimentos. Existían algunas galletas de pan que se mantenían comestibles durante algún tiempo. La carne de ballena se guardaba en barriles. Para el resto de alimentos perecederos la sal era el conservante más utilizado. Se empleaba para salar el bacalao y el tocino de cerdo.

 

Salinas

 

Por su importancia en aquel tiempo, dedicaremos algunas líneas a la sal. La utilizada en la comarca del Bidasoa se traía de Francia, pero resultaba bastante cara, por eso un emprendedor irunés,  Juan de Arbelaiz, intentó hacer unas salinas en el estuario del Bidasoa en el año 1650. El resultado fue desastroso.

Algunos años más tarde , entre 1685 y 1688, volvieron a intentarlo, pero esta vez con la ayuda de un experto maestro salinero francés venido desde La Rochelle. A pesar de todos sus esfuerzos, el proyecto tampoco prosperó. La necesidad de sal era grande, sobre todo para los barcos pesqueros que partían a Terranova.

 

Nevera de Sargiñola en Peñas de Aya

 

La conservación mediante frío era también conocida, pero las neveras no las tenían precisamente junto  a la puerta de sus casas.  Las neveras de Peñas de Aya tuvieron en aquel tiempo una inusitada actividad. Durante las copiosas nevadas se llenaban unos grandes depósitos excavados en el suelo en zonas sombrías que, una vez llenos, conservaban la nieve helada en pleno verano. Algunos de estos depósitos son visibles hoy día.

 

Al igual que en el resto del país, la carne de cerdo y sus derivados constituían una parte sólida de la alimentación.

El maíz cubrió una gran necesidad. Las tortas fabricadas con su harina eran el alimento básico de muchos de aquellos pobladores, desbancando al trigo que era más costoso y escaso.

La miel era el único edulcorante utilizado en los hogares.

 

Castañas y habas eran la base de alimentación

 

Otros productos básicos de la época eran las habas, mientras que las castañas eran la base de las cenas de invierno. Las castañas eran abundantes en nuestra comarca y de uso muy extendido en la alimentación. Era un bien tan preciado que su hurto podía llevar a la cárcel. Así se cuenta en uno libros de actas del Ayuntamiento de Irun, cómo en 1677, Inesa de Zamora terminó entre rejas por haberse apoderado de un cesto de castañas propiedad de María Pérez de Alsa.

 

Despreciadas las ostras, mejillones y lapas

 

Moluscos.  Un gran número de personajes, a lo largo de los diversos acontecimientos que tuvieron lugar en Irun en el año 1700, tomaron ostras en sus refrigerios. En el estuario del Bidasoa se criaban en abundancia. Sin embargo no se citan otros crustáceos ni moluscos, quizá porque no eran considerados como parte estrictamente integrante de los productos solicitados por los nobles. A este respecto cabe señalar que, hasta mediados del pasado siglo, en los puertos vascos eran mirados con lástima quienes comían lapas y mejillones, entendiéndose que lo hacían porque carecían de otro sustento.

 

 

MARIA LUISA DE ORLEANS

Sobrina del Rey Sol y esposa del monarca español Carlos II

 

Entretanto los nobles vivían a cuerpo de rey. Uno de los más claros ejemplos lo tenemos con María Luisa de Orleans, mientras estuvo de paso en Irun en 1679 para casarse por poder con Carlos II. Hay documentos que acreditan que la señorita tomaba, solo para merendar, caldo de gallina y de carnero y ternilla de ternera, todo ello helado. Luego una buena cantidad de ostras y, para terminar, un tazón de leche con limón. En ocasiones cambiaba el menú y merendaba empanadas y capón asado.